Hace tres años, en plena víspera de Navidad, Vaneza Peláez vivió uno de los episodios más alarmantes de su vida. Mientras compartía con sus hijas en una finca, fue sorprendida por un dolor abdominal tan intenso que la llevó de urgencia a una clínica en Medellín. Allí, justo a la medianoche, los médicos determinaron que debía someterse a una cirugía de emergencia. El diagnóstico preliminar indicaba un posible nudo en el intestino.
La intervención fue inmediata. Se le practicó una laparoscopia para examinar a fondo el sistema digestivo. Sin embargo, tras una revisión minuciosa, no se encontró ninguna causa física aparente. Los médicos no pudieron ofrecer una explicación científica concreta.
Ella, por su parte, encontró una respuesta en el vínculo entre mente y cuerpo. “El estómago es el segundo cerebro”, afirma. “Ahí se acumulan todas las emociones”. En retrospectiva, reconoce que atravesaba una etapa profundamente estresante.
Durante ese periodo, su vida fue una constante emergencia emocional. “Me levantaba todos los días a apagar incendios”, confiesa.“Aprendí a vivir con él, como si fuera mi mejor amigo”, recuerda. Fueron años de desafíos extremos, en los que se vio obligada a enfrentar situaciones que jamás imaginó tener que encarar.
Este episodio no solo marcó su salud, sino también su manera de entender la relación entre lo emocional y lo físico. Una experiencia que, aunque silenciosa en diagnósticos médicos, gritaba una verdad profunda.
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