Alfonso Montealegre tiene 50 años, es médico patólogo y decano de la facultad de medicina de la universidad de San Pablo, en la cual ha sido profesor desde hace 18 años. Es una persona estudiosa y ha dedicado su vida a su profesión en el área institucional y académica. En el fondo, estudió medicina porque en esa época era una carrera de prestigio y que aseguraba unos ingresos económicos. Pero ser patólogo a la larga no da brillo, por eso empieza a buscar ese brillo haciendo alarde de sus habilidades administrativas y con el manejo de los estudiantes. Es un hombre que se ha hecho querer y respetar por todos.
Elisa, su difunta esposa, su gran amor, su alma gemela y compañera de estudios, murió a los pocos días de dar a luz y él se quedó solo, sacando una carrera adelante y teniendo que criar a una hija, Juliana. Pronto se refugió en su nuevo amor, Constanza, es bacteriología y varios años menor que él. Ha sido un matrimonio tranquilo pero no feliz. Para Montealegre y su hija Juliana, Constanza siempre será alguien que está ahí; no importa su opinión, qué esté sintiendo, ni cuales sean sus sueños o ideales.
En sus épocas de estudiante ya se hablaba de la promiscuidad que había entre alumnas y profesores, pero no era ni tan público ni tan evidente, como lo es ahora que ha asumido la decanatura. Por eso, cuando su hija, Juliana, decide entrar a la facultad siente orgullo y pavor. Sabe que su hija es vulnerable, bonita y lo suficientemente ingenua para terminar enredándose con un galancete vestido de blanco.