La libertad
El día luce esplendoroso, no hay una sola nube y un azul brillante ilumina todo el campo.
Ella se levantó temprano porque sabe que no hay nada que la haga más feliz que montarse en su bicicleta. Se puso su uniforme, del mismo color del cielo, y en un parpadeo emprendió camino por la ruta municipal que conecta a Cucaita con Samacá, en Boyacá.
En ese momento del día, en ese lapso de tiempo que dura el entrenamiento diario, es solo ella y la carretera. No hay miedos, no hay dolores ni preocupaciones. Allí en el asfalto, siente que la libertad la empuja a pedalear con más fuerza, que la vista de los sembrados de cebolla y papa son el mejor paisaje y que la caricia de la brisa fría es capaz de espantar cualquier rastro de pereza.
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La campeona ama esa rutina, por eso la cumple con rigurosidad sagrada. Tal vez no se detiene a pensarlo, pero ella nació para ser ciclista.
Cuando era niña se montaba en la bicicleta estática que estaba en la casa de su abuela, cerraba los ojos y levantaba los brazos, como si cruzara la meta. Podía escuchar los vítores y los aplausos del público y el jadeo lejano de las competidoras que había dejado atrás para alzarse como la mejor del mundo en otro lugar muy distinto a Colombia.
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Parece sacado de un comercial de alguna bebida deportiva, pero ese anhelo infantil de una pequeña que iba hasta a donde su abuela a soñar, se cumplió en las grandes competencias mundiales de su disciplina.
El miedo
Ese recuerdo en particular es muy difuso, como cuando uno tiene una pesadilla y al otro día no recuerda muy bien los detalles, pero sí el miedo.
El cielo estaba muy gris, parecía que era uno de esos días en los que la noche iba a caer rápido. Para completar, empezó a llover y ella tenía que volver a donde sus abuelos en Duitama.
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Llevaba tan solo una semana y media estudiando Microbiotecnología en el Servicio Nacional de Aprendizaje, SENA. Su medio de transporte no podía ser otro más que la cicla, estaba a puertas de convertirse en una deportista élite del departamento.
El mal clima no la podía detener, por eso tomó rumbo hacia su vivienda, pero un choque del destino la impactó como un trueno y le cambió los planes en 180 grados. Aquella noche del 23 de abril de 2014, con 18 años, nuestra promesa del ciclismo vivió el peor día de su vida: un grave accidente de tránsito se interpuso en su camino y le arrebató una pierna.
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Pero no vale la pena entrar en los detalles de aquel pavoroso episodio, solo en uno: a ella ningún obstáculo la había detenido y ese no iba a ser el primero.
Era el tiempo de no aflojar la consigna familiar: “Había que echar para adelante y nunca mirar para atrás”.
La esperanza
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Ahora hay muchos motivos para sonreír, a la campeona la ruta de la tragedia la llevó a la meta de la gloria.
Vive con su familia en la vereda Chipacatá, en Cucaita.
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Tienen una casita de campo que parece una pintura con uno de esos paisajes de fondo que dejan sin aliento. Cuando uno se asoma por la mañana, puede ver los primeros rayos del sol del amanecer que son cortados por las montañas. Es una vista imponente que invita a no perder la fe.
Así, con esa misma fe matutina, fue que ella logró aguantar más de cinco meses postrada en una cama, más la dura recuperación. Con la fortaleza que le regaló la convicción de creer en Dios fue que se pudo levantar y volver a montar en bicicleta.
Daniela Carolina Munevar Flórez, hija de Orlando y María del Rosario, la segunda hija de cuatro hermanos: Sandra Patricia, Carlos Andrés y Diana Marcela, logró convertirse en la única y dos veces campeona mundial que tiene Colombia en la modalidad de contrarreloj individual en paracycling, en Sudáfrica 2017 y Portugal 2021. Esto gracias a su voluntad indoblegable, al amor de su familia y al apoyo incondicional de los entrenadores Lino Casas y José Castro.
Desde 2015 y hasta la fecha, ella es la mejor ciclista paralímpica en la historia de Colombia y ha competido en pista y ruta en la especialidad paracycling C2. En 2016, 2017, 2018 y 2019 fue campeona nacional en múltiples modalidades como pista, ruta y contrarreloj individual y ha alcanzado, al menos, 30 medallas en competencias mundiales, continentales y nacionales; el coliseo de Cucaita lleva grabado con letras de oro su nombre completo y tuvo una notable participación en los Juegos Paralímpicos de Río 2016.
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Ni siquiera el parón mundial de la pandemia la detuvo, el pasado 10 de junio de 2021 en el Campeonato Mundial de Ruta en Cascais, Portugal, el primero de su tipo después de más de un año de inactividad, Carolina, con la convicción de toda la vida, volvió a cruzar la meta y a levantar los brazos para honrar al país con una presea dorada más.
Ahora la mirada está puesta en Tokio, pues será una de las representantes de Colombia en los Juegos Paralímpicos, que empezarán el 24 de agosto e irán hasta el 5 de septiembre.
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Nada de esto la desvela ni le roba la sencillez y la modestia, su único anhelo es montarse en su bicicleta y andar en el clima que sea, en el lugar del mundo que sea, contra todo miedo u obstáculo, sin mirar al pasado y con la vista al frente. Siempre libre. Derrumbando prejuicios y construyendo nuevos sueños, contrarreloj, en pista o ruta, lo verdaderamente importante para Carolina Munevar Flórez es poder pedalear bajo cualquier cielo.
Por: Felipe Laverde Salamanca