Ana del Carmen tiene 42 años y una visión clara de la vida que quiere para ella y sus cuatro hijos: una donde no haya espacio para la violencia, el maltrato, ni el miedo.
Su historia es un símbolo de superación y valentía, y aunque vivió años de sufrimiento por cuenta de su expareja, hoy en día trabaja con disciplina para construir junto a su familia un hogar lleno de armonía, lejos de aquella época de dolor físico y sicológico.
"Quedé embarazada a los 16 años y medio y él me hizo perder al bebé. Me fui a vivir con él porque decían que el primer hombre que uno distinguiera era el esposo para toda la vida. Duré 17 años con él", recuerda Ana.
Una mañana, mientras llevaba a sus hijos a la escuela, tuvo la oportunidad de hablar con un psicólogo. Aquella conversación abrió sus ojos y empezó a considerar la posibilidad de escapar, aunque el miedo a pasar hambre la detenía. No obstante, un día se decidió, encontró la fuerza, y salió de allí junto a sus hijos, con la convicción de no volver jamás. Este fue el primer paso en su camino hacia la libertad.
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Si bien enfrentó muchas dificultades en el proceso, ha logrado sobreponerse a todas. Desde hace seis años y medio trabaja en la minería, un sector históricamente priorizado para hombres, en el cual ha sido menospreciada por algunas personas, pero donde también ha encontrado manos amigas que le han enseñado y ayudado a salir adelante.
“Trabajé en la agricultura como nueve meses, y en restaurantes a veces porque me daban comida. Ahí le dije a un señor que tenía minas que quería aprender a escoger carbón, y ahí fue cuando él me dio la oportunidad y aprendí. Trabajé en Gachaneca (Cundinamarca), mi experiencia con el patrón no fue muy buena, el señor me humillaba harto, entonces ya me vine para otra empresa donde me enseñaron y ahí me fue lo más de bien con ellos”, agrega.
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Y aunque en su camino ha tenido que afrontar muchas adversidades, como un incendio que destruyó la casa donde vivía, está feliz porque ha tenido el valor y la fuerza para resurgir de las cenizas.
"Después de unos 3 años se quemó la casita con todas las cosas que ya medio había sacado adelante. Se quemó todo y toca volver a comenzar, y pues la tristeza le da a uno como depresión, pero me tocó mirar a mis hijos y decir, no, sigo adelante. Y seguí adelante pues ya la gente me ayudó, porque eso sí lo digo yo, las personas me ayudaron a regalarme ropa porque no tenía", relata con gratitud.
Actualmente trabaja en una mina ubicada en Guachetá, Cundinamarca, y sin pensarlo se convirtió en un símbolo de esperanza para todas las mujeres que han sufrido violencia. Su historia inspira a alejar los miedos y buscar un cambio.
Ella demuestra cada día que el amor propio es una herramienta poderosa para levantarse en medio de las dificultades y construir un mejor futuro, y en esa medida envía un mensaje a todas las mujeres que han vivido, o que puedan estar viviendo en este momento alguna situación similar, para que alejen sus miedos y cambien su vida.
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"Si alguien la golpea, la trata mal, no se deje humillar, salga, no se encierre en la casa. Salgan adelante que solas pueden. Yo sé que solo uno puede", concluye.