La salud del rapero Lil Wayne ha vuelto a ser objeto de un intenso debate desde que decidiera suspender a última hora su esperada actuación de este sábado en el festival SummerFall de Curazao, una llamativa ausencia que la organización justificó minutos después afirmando que el músico había vuelto a sufrir las mismas convulsiones que le tuvieron apartado brevemente de los escenarios a mediados de este año.
Sin embargo, un portavoz del controvertido artista se ha apresurado a desmentir esa versión de los hechos para, en su lugar, revelar que la verdadera razón por la que el cantante tuvo que cancelar su espectáculo residiría en el supuesto "incumplimiento de contrato" en el que habría incurrido la organización, una explicación de la que ninguna de las dos partes ha querido dar más detalles y que ha terminado por añadir más misterio si cabe al asunto.
Al margen de la credibilidad que merezca este cruce de declaraciones contradictorias, lo cierto es que la gran preocupación que invade estos días a la nutrida legión de fans que acumula el intérprete resulta perfectamente comprensible, dado el amplio historial de problemas de salud que ha venido padeciendo Lil Wayne a lo largo de este año, incluidos dos ataques epilépticos que tuvieron lugar el mismo día y que le llevaron a sugerir en Twitter que quizá le convenía retirarse temporalmente de la vida pública.
"Ahora mismo me encuentro más vulnerable que nunca, mentalmente abatido y creo que debería marcharme con dignidad y siempre agradecido por el apoyo que me han brindado los fans. No busco simpatía, solo serenidad y calma. Estoy bien", escribía en su perfil el pasado mes de mayo.
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