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Cabezote Los Informantes

Un médico cambió su vida por la de ambientalista y creó una montaña mágica

El doctor Roberto Chavarro decidió cambiar su vida de médico por la de ambientalista y convirtió una montaña rocosa y arcillosa que parecía tierra muerta en el paraíso.

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En Arcabuco, un pequeño pueblo en el corazón de Boyacá, donde abundan el ganado y los cultivos de papa, un médico cambió las jeringas y los quirófanos por la garlancha, la pala y las ganas y convirtió un peladero rocoso y poco prometedor en un paraíso con toda clase de animales y de especies nativas y exóticas. Las locuras de un soñador ambientalista que está salvando el planeta.

Mientras en el mundo talan millones de árboles al día, hay gente felizmente que hace todo lo contrario. Hace 41 años, el doctor Roberto Chavarro decidió cambiar su vida de médico por la de ambientalista, jardinero y soñador y convirtió una montaña rocosa y arcillosa que parecía tierra muerta en el paraíso. Los Informantes viajó hasta Arcabuco y caminó por un bosque de esperanza.

Este es un refugio que mide la bobadita de 290.000 metros cuadrados, el tamaño de 29 estadios de fútbol. Hace 41 años, el doctor Roberto Chavarro lo compró para hacerle una casa a cientos de especies que hoy habitan su finca. Un pedazo de tierra a 10 minutos de Arcabuco, en Boyacá, en estas tierras, caminan felinos, zorros, ardillas, culebras, lagartos, batracios conejos zarigüeyas y vuelan más de 155 especies de aves, 137 tipos de mariposas y el Inca negro, un colibrí en peligro de extinción que encontró su refugio entre pinos robles y acacias que llamaron el príncipe de Arcabuco.

Viajamos hasta el corazón de Boyacá, a la tierra y Nairo Quintana, de la papa, la ruana y la carranca, para conocer un lugar que parece un oasis una montaña con árboles de 30 o 40 metros de alto, sembrados en su mayoría por don Roberto Chavarro, un médico anestesiólogo pensionado del Hospital San Rafael de Tunja, que un día decidió crear su propio bosque. Allí vive gente que trabaja el campo y la tierra como él y su esposa, doña Jineth Tulcán, o La patrona, como le dice, a quien conoció cuando hacía el rural en el Huila.

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Y fue su abuela, doña Rosalía, de quien don Roberto le agarró el gustito a sembrar matas y a poner semillas en la tierra. De botas y pantalón, ella iba de finca en finca buscando cogollos, plántulas o semillas, un ejemplo que don Roberto replicó al pie de la letra. Y mientras en Colombia, según el Ministerio de Ambiente se han deforestado en los últimos 20 años más de 3 millones de hectáreas de bosque, el doctor Chavarro decidió buscar un terreno para sembrarlo y hacer su casa de descanso.

Se les metió en la cabeza la idea de comprar una finca cerca Tunja y replicar las enseñanzas de su abuela, el doctor trabajaba como especialista y doña Jineth como enfermera. Fue en 1982 cuando se enamoraron de una montaña alejada de la carretera con uno que otro árbol que parecía un buen sitio para descansar y alejarse la rutina diaria. Sin embargo, lejos estaban de saber lo deteriorada que estaba esa tierra.

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